Micrófonos propalestinos

La conversación privada, hoy deliciosamente pública, en la que Nicolas Sarkozy y Barack Obama comparten su hartazgo a propósito de Benjamin Netanyahu es la prueba de que Abu Mazen sirvió inteligentemente a sus intereses cuando lanzó el órdago y pidió a la ONU reconocer el Estado palestino. Si lo que perseguía Abu Mazen era aislar a Netanyahu y hacer que americanos y europeos paguen un precio alto por no poner más presión sobre Tel Aviv para que negocie con él, lo ha conseguido.

El breve intercambio entre el francés («no puedo verlo, es un mentiroso») y el estadounidense («tú estarás harto de él, pero yo tengo que tratar con él todos los días») demuestra que a Netanyahu no lo quieren ni sus aliados y, lo que importa mucho más, que la cuestión palestina es un tábano que, de tanto picar el lomo de la bestia, ha logrado incomodar a las potencias, hoy divididas con respecto a ella. Resulta que cuando los líderes se juntan en el G-20 para resolver la hecatombe europea, se distraen tensamente, y con palabras de grueso calibre, atendiendo la causa palestina que hace pocos meses se daba por desahuciada.

Que el francés y el estadounidense estén hartos de Netanyahu es poco novedoso, aunque parezca una noticia sensacional. Lo significativo es que los palestinos se han colado en una agenda internacional de la que habían sido excluidos por cansancio. Porque recordemos el contexto de la conversación: Obama se queja ante Sarkozy de que no le avisó de su intención de apoyar el reciente reconocimiento de Palestina en la Unesco. Como se sabe, aunque la solicitud ante el conjunto de la ONU no se verá hasta dentro de unos días, las peticiones ante las diversas agencias de este organismo no tienen que esperar a dicha decisión. En el caso de la Unesco, Alemania se opuso, el Reino Unido se abstuvo y Francia respaldó la petición palestina, finalmente aprobada, contra los deseos americanos. La conversación confirma que esta división es fuente de malestar real.

Abu Mazen no tenía otra opción que pedir a la ONU el reconocimiento de Palestina. Las otras opciones pacíficas las había jugado sin éxito alguno. Es cierto que provocó, con ello, que Estados Unidos congelase la ayuda a la Autoridad Nacional Palestina, que Israel se negase a entregar a Abu Mazen los impuestos que normalmente recauda en los territorios ocupados para luego transferírselos, y que Tel Aviv acelerase la construcción de 2.000 viviendas para los colonos judíos. Pero Abu Mazen calculó y la conversación de marras demuestra que no se equivocó, que tras bambalinas estas consecuencias de su solicitud a la ONU se volverían un problema tan gordo para los aliados de Israel como para él. Y convertir a Palestina en el problema del mundo era su objetivo.

Por lo pronto, para Obama el problema, exacerbado por la solicitud ante la ONU, es triple: el que tiene con los europeos que respaldan a los palestinos; el que tiene con la ONU, pues Washington ha cerrado el grifo a la Unesco y tendrá que hacer lo mismo, obligado por una ley estadounidense, si otra agencia reconoce a Palestina; y el que tiene con el lobby proisraelí en una campaña electoral de incierto pronóstico, donde ya se empieza a explotar, desde la prensa cercana a los republicanos, el intercambio con Sarkozy. ¿Qué sucederá ahora? Para Abu Mazen, casi no importa. Ha regresado a las grandes ligas.